Ser Masón, Ser Cristiano


A.·. L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·.

¿Masonería Cristiana? El término en sí mismo parece un oxímoron. Pero si en el espejismo del desconocimiento semejante término suena a contradictio in terminis, una revisión de las fuentes históricas de la Orden puede esfumar toda sonrisa irónica. La Masonería es cristiana por naturaleza. Siempre lo fue hasta que la revuelta andersoniana de 1717 deformó la tradición legándonos una Masonería deslavada y llena de referencias foráneas, ajenas a su original espíritu. Como se sabe, la palabra masón proviene del francés que indica al albañil, el constructor que erigía muros en la Edad Media. La maestría del arte de la albañilería medieval puede observarse aún hoy en la magnificencia de las catedrales góticas de Europa. Esos hombres que se consagraban a la construcción de templos para la adoración del Dios Uno y Trino no podían ser otra cosa que cristianos, como bien consta en los textos masónicos más antiguos de los que se tenga noticia: el manuscrito Regius de 1390, el manuscrito Cooke de 1410, el manuscrito Grand Lodge Nº1 de 1583, el Iñigo Jones de 1607 (o 1655 según algunos estudiosos) y el manuscrito Dumfries Nº4 de 1710. Todos estos escritos fundacionales son muy anteriores a las desviaciones de la llamada masonería especulativa y no dejan lugar a dudas del puño y letra cristiana que los ha redactado, hecho evidenciado en el contenido de Fe explícito en los mismos.

Aunque los andersonianos se esmeran en distorsionar la Historia, ocultar hechos y relativizar la evidencia, los masones tradicionales se han concentrado en preservar la herencia cristiana que nos legaron los ancestros medievales. En un mundo en donde el progresismo es la única meta y justificación, la sabiduría y la humildad de los antiguos no quiere ser reconocida.

Digámoslo sin ambigüedades. La masonería es el arte de erigir templos a la Santísima Trinidad. Le pesa a la conciencia de muchos hermanos que, en un arrebato libertario, no quisieron ver que en la Iglesia, con todos sus defectos y errores, existe un poder espiritual que la sostiene a lo largo de los siglos a pesar de las desviaciones de los hombres que la componen. ¿Y por qué el masón quiere edificar para Dios como Salomón? Porque la Iglesia es el Hombre nuevo regenerado en Jesús Cristo. Cuando San Pablo dice que “vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que mora en vosotros” (1 Corintios 6:19) ¿no está diciendo dónde hallar a Dios? Si el masón busca lo divino y desea erigirle un templo para su justa adoración ¿dónde más sino en él mismo debe levantarlo? Pero la fuerza para la titánica obra no le viene de su razón ni de su tenue voluntad. Esa fuerza proviene de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad, los tres puntos del Delta infundidos por Dios en el alma del creyente. Lamentablemente, la gran mayoría de los masones se han alejado del camino cristiano para seguir el de la ilustración. ¿No es eso como cambiar un diamante por un pedazo de carbón?

La constitución de las logias “regulares” fue toda una irregularidad. Luego la constitución de las logias “liberales” fue simplemente una destrucción. ¿Qué se puede erigir sobre las ruinas del templo de Dios? — ¡Un templo a la razón humana! — gritaron los racionalistas. Pero no, el hombre no es más grande que Dios ni su razón alcanza a sondear todos sus misterios. Qué tristeza la de aquél que no pudiendo bajar su frente por el orgullo, osa creerse superior incluso a su mismo Creador. ¿Cómo hacer cambiar de parecer a un alma imbuida de su pretendida grandeza? Saint-Martin, el teósofo de Ambois, decía que “De todas las vías espirituales que se ofrecieron a mí, no encontré más suaves, más seguras, más ricas, más fértiles, más duraderas, que aquellas de la penitencia y la humildad”. El masón que se apresta a erigir el templo para el cuerpo místico de Cristo, esto es, su verdadera Iglesia, necesita reconocer su pequeñez frente al Padre Todopoderoso y la impotencia de su razón.

Los pobres monjes y simples canteros medievales que dieron origen a nuestra fraternidad albergaban en su corazón aquel espíritu de sencillez y asombro frente al Mysterium Magnum y en silencio se aplicaron al mazo de la voluntad y el cincel del intelecto por medio de la fuerza que les dio su Fe. La Masonería Cristiana, es decir, la Masonería de fiel tradición y auténtico espíritu iniciático, persiste en nuestros días de forma casi marginal, silencioso lugar al que se ha visto desplazada por la vistosidad y el ruido mundano de las logias andersonianas y liberales. Pero existe, y comienza a experimentar un lento renacer, con una cadena de transmisión impecable que se remonta al Convento de Wilhelmsbad, de donde surgió la reforma masónica del Régimen Escocés Rectificado. Posteriormente, aunque quizás con menor riqueza espiritual, emergieron ritos como el Sueco y su versión alemana, el Zinnendorf. En su momento se destacaron además otros regímenes como el de la Estricta Observancia Templaria (de donde provienen los tres anteriores) o el casi desaparecido Early Grand Scottish Rite, como muestras de la perfecta condición cristiana de la verdadera Francmasonería. Puede ser discutible qué tan profundamente crísticas sean en realidad la Masonería de Rito Sueco y Zinnendorf, por la ausencia de una doctrina esotérica a transmitir más allá del ritual. Sin embargo el caso del R.·.E.·.R.·. es paradigmático a este respecto y constituye el ejemplo más plausible de una Masonería doctrinalmente cristiana. A la vez que Orden de Caballería en su clase interna, los grados superiores de la misma enseñan la Doctrina de la Reintegración en y por Cristo como una herencia espiritual genuina y medular. Su sello cristiano y caballeresco nos remonta a una época en que la religión era cosa santa y los templos su escuela de virtud.

No debe sorprendernos que su estilo aristocrático encuentre poca acogida en un mundo demasiado embelezado con las promesas de la democracia liberal, que hoy hace aguas por todos lados. Pero más allá de las preferencias temporales y del zeitgeist suscitado por la propaganda, el Reino Eterno no necesita de justificaciones mundanas para validar sus principios inmutables. Cada hombre deberá confrontar en su interior la pregunta acerca de su propia búsqueda. Hay logias que buscan el negocio oportuno o la escalada social. Otras buscan la filantropía o la promoción del librepensamiento. Aún hay logias que buscan el fin de la Iglesia como aquellas que se envenenaron con el discurso de Adam Weishaupt. Y unas pocas logias buscan servir a Dios. Creemos que son éstas últimas las que importan y las que le darán un futuro promisorio a la tradición occidental. Mas no nos engañemos ilusamente. Porque las agrupaciones de hombres son sólo agrupaciones de hombres. Pero un buen bastón puede ayudar a caminar a los que aún no pueden hacerlo por sí mismos. Cojear hoy para volar mañana, por la gracia de Dios Misericordioso.

Perit ut Vivat!